FALSA ARMONÍA

Y los caminos se borran…

Está todo el día nevando. Nada se mueve. Los pájaros se han refugiado en su nido. Al rato, se siente el hielo. Todo está congelado. Entre las piedras, el cauce del arroyo apenas canta, su corriente se detiene en los bordes, allí la nieve, despereza en su argayo y el agua, va dejando sus agitadas transparencias. La belleza, se apodera del fango, lo reviste cual si fuera un dios griego. Todo firma su pacto con el hielo, mientras tanto el sol, suspira entre los juncos. El paisaje se ha vestido de novia. Las ramas del olivo han caído a la tierra, rendidas por un peso extraño. Los caminos se borran. Todo lo que se mueve se paraliza, hasta las alas de los pájaros sienten frío. La vida se estremece en el campo y nuestros pies se paralizan buscando el calor de la lumbre. Los caminos se borran y los árboles reclinan sus brazos hacia el suelo. La nieve sonríe triunfadora. Nos confina en casa, la contemplamos desde nuestra ventana y la fotografiamos como si ella fuera la diva del paisaje. Sabemos que nos engaña y que su risa blanca es peligrosa. Se ha desposado con el hielo y su amante es el frío. Los carámbanos crecen, ya no puedo salir de casa. Las tórtolas, los gorriones, me suplican comida en la puerta y hasta los gatos maúllan. Al caer, esta nieve parecía tan suave, tan dulce, tan jovial… pero en realidad es agua helada revestida de blanco. Juega conmigo, me engaña, me encarcela y me deslumbra con su falsa armonía…

©Julie Sopetrán

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EL DÍA QUE NEVÓ

Cuando nieva, los caminos se borran…

 

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EL DÍA QUE NEVÓ 

Me gusta observar las precipitaciones, lo que cae del cielo, la lluvia, el granizo, la nieve… Ver cómo el camino, los árboles, los campos, el monte, se cubren de blanco, es algo mágico, atractivo, misterioso. Es como si de repente la tierra nos regalara una sonrisa luminosa, cristalizada, transparente. El primer impulso es dejar tu huella en su blancura, pisarla y crear un camino incierto… ya que cuando nieva los caminos se borran y no sabes en qué dirección orientar tus pasos. La nieve lo que tiene de bella lo tiene de peligrosa y parece que es limpia pero ensucia las calles, los portales, las plazas… Este año sólo nevó un día y los campos se medio cubrieron de blanco, aún así, disfruté su belleza, el contraste del blanco con el azul del cielo y la diferencia entre el blanco y el verde musgo en el camino del monte. Entre esas grandes verdades de la naturaleza, la nieve siempre me deja pensando en la inmensidad y la dulzura con la que cubre no sólo las montañas, también los paisajes planos, las veredas… No hace ruido, cae silenciosa, lo cubre todo, acaricia los bosques, se manifiesta sigilosa, es una Dama Blanca de Invierno muy afable… Mirarla, proporciona un gran placer, adentrarse en esa contemplación de un campo nevado es elevar el espíritu en el disfrute de lo que es diferente… Son momentos que te vuelven a la niñez y te dan ganas e crear el muñeco de nieve que duraba unos días en la plaza o en las eras del pueblo. ¿Y quién no quiere volver a la infancia para tocar esa luz de la nieve con las manos? Esa luz que dura tan poco, que se deshace en la mirada mientras te envuelven los fríos invernales. Y es así como amo la nieve desde la observación del paisaje que me rodea.

©Julie Sopetrán

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