Observando las olas al amanecer, mirando transparencias, ondulaciones, la caricia del agua sobre una arena limpia, pequeños golpes de mar que se dispersan suavizando el embate y recreando la belleza de las formas que dibujan corrientes y que a la vez, forman esas líneas juguetonas, efímeras, en la superficie de la playa…
Curioseando sobre mis propios pasos me adentré en el cristal del agua, me sentí partícipe de la obra de arte que se deslizaba entre los dedos de mis pies, así corrí volviendo a mi niñez y sonreí mirando al mar y me llené de asombro viendo cómo entre la espuma se alejaban los años ya vividos…
Todo era nuevo en un instante. Frente al mar pude percibir, imaginar, el esplendor del fondo, su misterio, su abismo, los precipicios las cavernas. Y sí, fue precioso palpar la lisura de la superficie más cercana, los planos y las formas de otra geometría inmediata, más dúctil y en bonanza…
Percibiendo este instante ya mereció la pena ir al mar.
©Julie Sopetrán