A veces me gusta caminar por lugares extraños. Me atraen las ruinas, tal vez porque he crecido entre ellas. Pero no son lo mismo las ruinas de un monasterio que las de una mina de plata. Ambas representan la vida muerta. Es una sensación desoladora. Es la conmoción que te hace pensar en lo que ha sido y ya no es. Incluso sientes, lazos que no has vivido, pero te inquietan, porque quedan desprovistos de amparo o comodidad funcional. En esta mina de plata, abandonada, me adentré en lo que, en su momento, fue un lavadero del preciado metal, ya no tenía agua, sólo un inmenso campo de arena, donde había dunas desquebrajadas, árboles secos… Observé, en esa materialidad destruida, huellas multiformes, apariencias extrañas, aspectos geométricos, dibujos abstractos que tal vez se han configurado de forma espontánea a través del viento y la lluvia. Algunas piedras dispersas, rastros de lavado que daban un brillo especial al lugar a través de los rayos del sol, reposando huellas de aquel preciado metal blanco, brillante, dúctil y maleable de la plata. Hice algunas fotos pero entre ellas presté especial atención a la que muestro hoy. Es un dibujo raro, casual, sugerente, hecho por la naturaleza del abandono en la arena desoladora de esta mina abandonada en plena sierra. La realidad nunca se destruye del todo. Y el arte, si observamos, siempre está vivo en los caminos.
©Julie Sopetrán