Un cauce sumergido entre los trigales, reposa el cielo en sus espejos, mientras las espigas se miran en la serenidad del agua embarrada. Se abren zanjas que no se ven. El lodo penetra las grietas abiertas a las humedades y el agua, es el agua, lo que transforma todo en belleza, porque se estanca en la transparencia de su propio fango. Y no es un charco, tampoco una marisma, podría ser ciénaga pero va en línea recta y cruza el trigal para perderse en la nada de un barbecho estéril. La zanja es una vena artificial que diseña el hombre en su tarea campesina. Las aves lo celebran chapoteando sus alas cuando ya el calor dora los campos.
Me adentro en su cauce. Me seduce la tierra, el agua, el barro… La superficie de lo desconocido. Mis pies se adentran en la arcilla. Me detengo. Entre dos piedras una serpiente observa mis pasos. La zanja está habitada. Soy una intrusa.
©Julie Sopetrán