DESDE LA HUMEDAD DEL TIEMPO

"Nuestra alegría, nuestro dolor" 
Apunte artístico de la Profesora del Ateneo de Bellas Artes de Madrid, M. Carús. 21-07-05

(» Pensar tanto es nuestra alegría, nuestro dolor» Apunte artístico de la
Profesora del Ateneo de Bellas Artes, Madrid:M. Carús.
21-07-05)

En mi cuerpo hay ríos

y mares profundos

corrientes y pozos

lagunas y charcos

Por mi cuerpo cruzan

los vientos del Norte

la lluvia, la nieve

recrea paisajes.

En mi cuerpo ríen

las grandes montañas

y en sus vegas verdes

se suaviza el aire

En mi cuerpo hay cuestas

laderas y sendas

que dibujan montes

entre chaparrales.

La humedad del tiempo

la niebla, las nubes

los llantos, las risas

que bajan y suben

Los caminos curvan

los huertos, los árboles.

En las fuentes secas

suspira el deseo

donde quedan restos

de sus manantiales

En mi cuerpo el hielo

refresca la piel

pero al rato un fuego

se enciende con él.

Gota a gota el agua

remansa la tarde

y me llena el alma

de ríos y mares...

©Julie Sopetrán

HOJAS DE OTOÑO

…el árbol no da sombra sin las hojas.

Hojas de Otoño

La fruta ha madurado, las hojas se caen… es Otoño. No encuentro palabras que expresen la emoción que me inspira el paisaje. Son los chopos repartiendo sus corazones de oro pulido al sol, cubriendo la tierra a manos llenas. La chopera, siendo pequeña, hoy se agranda ante mis ojos. Las hojas me atraen, me hablan, me sugieren mundos multiformes, páginas en blanco por escribir, mundos multicolores, que un día lloraban con la lluvia y otros reían con los atardeceres. Hojas tan frágiles que volaban como pájaros, iban y venían entre las ramas movidas por el viento, todas antes o después, caen en silencio a la tierra. Son abanicos vivientes y el árbol no da sombra sin las hojas… Y vino el Otoño a pintarlas. Una amiga japonesa, de mis años de estudiante, me decía que la parte frontal de las hojas, es masculina y la opuesta, femenina.  Hoy las miro y sí, me parecen humanas, masa, gente que se abraza, que se refugia en su propio destino, huyendo de los fríos y de la soledad. Las hojas se acompañan unas con otras, se reúnen, hablan, juegan dominadas por brisas o vientos fuertes, pero también acariciadas por un sol dulce y sonriente.  Todo pasa en silencio bajo un piar de pájaro. No se quejan cuando las pisamos. Mueren bajo los zapatos de la prisa. Su sangre es verde. Fueron amadas por el sol y la lluvia, sus clorofilas, sus factorías de glucosa, sus terciopelos, sus esencias, sus venas, su misterio, su belleza, todo en ellas es vida. Y cuántas historias y cuántas variedades de hojas… Muchas, cubren el techo de familias pobres, otras visten a los que llamamos salvajes, y recuerdo aquella de la que me hablaban, que fue la primera franela de Adán y Eva. O la que sirve para elaborar medicinas o la del tabaco que nos enferma… Dos mil años atrás con las hojas se creaban antorchas mezcladas con cera. Recuerdo cuando era niña, que mi padre recogía las hojas amarillas de los olmos, para dar de comer a los cerdos.  Las hojas sirven para calentar, son fuego. También son vivienda para las mariposas, las hormigas, los insectos… Las larvas, las arañas, construyen sus moradas de hoja en hoja y los pájaros las utilizan para construir sus nidos. Celebramos hoy la nochevieja de las hojas en otoño. Su año nuevo comienza en primavera. Las hojas me enseñan a vivir y a morir. Son protoplasmas vivos con que se hace la célula. Hoy esa unidad, para mi, es belleza de inmortalidad. Dostoievski decía que cada hoja es un mundo, y «amar a cada hoja, es amar a cada rayo de la luz de Dios».

©Julie Sopetrán

LOS COLORES DE LA TIERRA

La mirada se agranda en la contemplación del paisaje…

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los colores de la tierra 

…sigo el camino y observo la variedad de colores que ahora, en el mes de mayo, adornan la tierra. El amarillo intenso de la planta  de colza, los dos verdes juntos de los trigos y las cebadas, como son el verde claro y el verde oscuro de Castilla, tan distintos a los múltiples verdes del Norte de España.  El marrón intenso de la tierra recién arada y ese color pardo de la hierba seca junto a las regueras, que contrasta con el otro verde oscuro, casi negro, de los ribazos. Estos colores cálidos atrapan mis sentidos y la mirada se agranda en la contemplación del paisaje. El matiz, la sutileza, la armonía, el mismo desorden espontáneo que diseña las líneas como si se tratara de algo imprevisto y a la vez, organizado, como si algo invisible, un compás geométrico, dibujara la suavidad de las líneas, de las formas, creando su propio orden de diseño o la geometría de un arte espontáneo y es algo que no puedo dejar de apreciar y sentir al contemplar mi paisaje.  Observar los campos en un día limpio de nubes, respirando los azules del cielo, es muy enriquecedor para el espíritu. Si a ello le añado el silencio, el canto de las primeras golondrinas, y la floración de las jaras en el monte lindante, el espectáculo no puede ser más completo. Reconozco que me llevó años el aprender a ver, a disfrutar de la pequeña geografía que me rodea y creo que cada día, cada estación, es distinta, nueva, renovable, y no, todavía no he dejado de aprender y admirar tanta belleza acumulada en mi entorno. Y al pasear estos caminos no tengo por menos que recordar a mi padre, sembrando a mano, esparciendo los granos por los surcos recién arados o segando la mies. Cosechas que han pasado. Y aunque parece un mismo ámbito… no lo es. No dudo que algún dios o diosa oculta de la tierra, me mira, observa mis pasos o se adentra en la mirada para saber que siento. Y  me pregunto si yo también seré un paisaje en movimiento de colores en percepción de vida …

©Julie Sopetrán

EL DÍA QUE NEVÓ

Cuando nieva, los caminos se borran…

 

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EL DÍA QUE NEVÓ 

Me gusta observar las precipitaciones, lo que cae del cielo, la lluvia, el granizo, la nieve… Ver cómo el camino, los árboles, los campos, el monte, se cubren de blanco, es algo mágico, atractivo, misterioso. Es como si de repente la tierra nos regalara una sonrisa luminosa, cristalizada, transparente. El primer impulso es dejar tu huella en su blancura, pisarla y crear un camino incierto… ya que cuando nieva los caminos se borran y no sabes en qué dirección orientar tus pasos. La nieve lo que tiene de bella lo tiene de peligrosa y parece que es limpia pero ensucia las calles, los portales, las plazas… Este año sólo nevó un día y los campos se medio cubrieron de blanco, aún así, disfruté su belleza, el contraste del blanco con el azul del cielo y la diferencia entre el blanco y el verde musgo en el camino del monte. Entre esas grandes verdades de la naturaleza, la nieve siempre me deja pensando en la inmensidad y la dulzura con la que cubre no sólo las montañas, también los paisajes planos, las veredas… No hace ruido, cae silenciosa, lo cubre todo, acaricia los bosques, se manifiesta sigilosa, es una Dama Blanca de Invierno muy afable… Mirarla, proporciona un gran placer, adentrarse en esa contemplación de un campo nevado es elevar el espíritu en el disfrute de lo que es diferente… Son momentos que te vuelven a la niñez y te dan ganas e crear el muñeco de nieve que duraba unos días en la plaza o en las eras del pueblo. ¿Y quién no quiere volver a la infancia para tocar esa luz de la nieve con las manos? Esa luz que dura tan poco, que se deshace en la mirada mientras te envuelven los fríos invernales. Y es así como amo la nieve desde la observación del paisaje que me rodea.

©Julie Sopetrán

PARAÍSOS CERCANOS

Cuando los lugares se transforman en la mirada…

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Todos los lugares están habitados por alguien que no vemos. Son como paraísos perdidos que reaparecen. De repente tienen formas  y están con nosotros como siempre lo estuvieron, pero han pasado desapercibidos hasta ese momento mágico en que los vemos. Nos vienen en silencio sus palabras, sus colores, sus formas, sus espacios fríos, calientes, tibios, creados para la vida y la meditación o simplemente para disfrutar de su esencial belleza.
Por este paisaje pasaba todos los días, pero no lo vi hasta que un día, nevó.  Algo estalló en la mirada que transformó la perspectiva de un mundo nunca antes contemplado. No dejaba de ser el mismo de todos los días. ¿O era otro? Y  fue así como analicé no sólo el trabajo laborioso, básico y artístico del campesino, sus dibujos hechos con la reja del arado, la belleza de la tierra, su geometría, el cosmos, el laberinto y ¿por qué no? la poesía que emana de cada lugar… Me ha llevado años reposar las imágenes y ver los contenidos. Y todavía estoy pensando si he descubierto algo o sólo es fantasía lo que destapa el instante al mirar tantos paraísos cercanos donde habito. 

©Julie Sopetrán